“No pienso demandarlos. No tengo fuerza para ello”,
dice una derrotada Camille Claudel (Juliette Binoche) a su médico en una
consulta psiquiátrica. La línea forma parte del extenso monólogo en donde la
escultora, ex amante de Aguste Rodin, habla sobre el abandono de su familia y
quienes, en su opinión, manipularon su encierro.
Es el momento cumbre de la película de Bruno Dumont.
Momentos antes Camille había exhumado su frustración al tomar un pedazo de
tierra e intentar moldear una escultura, darle vida a la materia prima inerte.
Quien fuera una aclamada escultora en París ahora
está reducida a cenizas. “Vive” encerrada en un manicomio, convencida de que
quieren envenenarla y de que Rodin está empecinado en su hundimiento. Sus días transcurren
mientras atestigua el desequilibrio de sus compañeros y la caridad de sus
cuidadores.
Gritos, gemidos e irracionalidad entretejen sus días.
“¡Ya no puedo más! Ya no soy una criatura humana”, exclama desesperada. Su
única expectativa es la visita de su hermano, el poeta y dramaturgo Paul
Claudel (Jean-Luc Vincent).
La dirección de Dumont nos sumerge en la
claustrofobia y consternación que siente la protagonista. Su coartada libertad se
enfatiza mediante tomas largas, escasos movimientos de cámara, la continua repetición
de escenarios y las limitadas acciones de Camille y el resto de los personajes.
No hay mucho que hacer en un manicomio.
Tal como suele hacerlo, Dumont retoma su estilo en la
puesta. Las imágenes son testimonio de su retrato costumbrista y las tomas
abiertas capturan sobrios paisajes (tal como en Fuera de Satán/Hors Satan);
en conjunto, plasman su clásico costumbrismo.
El cineasta francés se apoya en un ritmo lento, en el
registro de actividades cotidianas para mostrarnos sólo unos días de la vida de
Camille, una mujer acosada por sus delirios de grandeza y persecución. En la
misma medida, Binoche se yergue con su actuación. En ocasiones mesurada, en
otras exasperada y desconfiada siempre se muestra intimista.
Carga con el peso de la película y consigue hacer
creíble un fragmento en la existencia de una mujer que no respira más pero cuya
historia y talento dejaron impresa una huella en el mundo artístico, en la
cultura occidental. Camille Claudel 1915 (para ver el tráiler dar clic en el link) es desgarradora como lo fue su vida.
“No hay peor oficio que el arte. La genialidad tiene
un precio. ¡Qué vida! ¡Qué drama! La vocación artística es excesivamente
peligrosa. Y muy poca gente es capaz de soportarla”. Y en el caso de su hermana,
Paul Claudel sencillamente acertó.
Altamente recomendable.